miércoles, 24 de abril de 2013

Fe


Entonces un psiquiatra desconocido nos grita que están locos, 
que no saben lo que hacen, que son peligrosos
(Toño Benavides)

Salieron de los libros,
todos los muchachos que amé dejaron La Caverna,
cuando joven empezaba a descifrar
los crípticos que marcaron a mi generación
con una despiadada equis,

no recuerdo sus nombres,
pero aquellos muchachos, 
todos los muchachos que amé padecían de insomnio,
podría decirse que eran
una copia, de una copia, de una copia…

sufrían, recuerdo, la dolencia que había hecho mella 
en el Existencialismo,
todos esos muchachos, víctimas de la crisis postmoderna,
y me daba igual,
yo era una impostora que hacía el amor con todos,
primera regla:
             mientras me dejaran compartir sus lágrimas,
sus posesiones, las mismas que acababan poseyéndolos,
no eran sus trabajos, 
no eran lo que tenían en los bancos,
no eran sus pantalones de marca,

¡Qué muchachos aquellos!
yo los amé a todos entonces,
fisioculturistas, abogados, predicadores,
músicos, expertos Malogrados, si,
yo amaba sus encías inflamadas
la ira con que Jack les empujaba hacía la deconstrucción,
como se arrojaban al vacío,
como se anudaban la camisa de fuerza,
como se detenían incapaces de construir nada hermoso,
como tocaban fondo,

aquellos hermosos muchachos que se pensaron renacentistas,
que dejé de amar,
porque no se atrevían a incendiar el Amazonas,
ni a volar el crudo de las petrolíferas,
porque mantenían trabajos que detestaban
para poder pagar cosas que no necesitaban,

dejé de amar a esos muchachos
cuando conocí en los libros al hijo bastardo de Walt Whitman,

yo conocí sus meteoros incandescentes,
los papeles firmados por un psiquiatra que decían que estaba loco,
yo contemplé como prendía el cadáver de un dios orgulloso
para bautizarse nihilista,

¡cómo amé tanto a ese muchacho!
el de las sientes amoratadas,
el insurrecto de la sociedad líquida,
la venganza autosatisfecha de Jack,
la perfecta autodestrucción,

cómo amé sus palabras omnívoras,
cómo memoricé cada una de las ocho reglas,
yo le amé hasta reventar los neones de la prosodia,
le amé tanto que glorifiqué sus manos, 
le amé con epifanía pirotécnica,
le amé con un delirio múltiple de personalidad,

yo le amé tanto que hasta aprendí a golpearme,

que tanto amé a ese muchacho
que desde entonces,
todos los muchachos que he amado llevan grabado su nombre,

y lo saben,

porque lo sabe Tyler


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