miércoles, 24 de octubre de 2012

recuerdos de Portugal



A  Fialho de Almeida, el Pessoa desconocido



21.42, vieja taberna de Alfama, Lisboa, 23 de Diciembre de 1972

Solsticio de invierno a la bajada de un Jaguar X-300 Sovereing V-12 color crema,
tras la resaca de la lotería sólo quedan pedazos de hambre en el romántico barrio luso, que a punto de Navidad, se sostiene por unas macizas traviesas de madera de encina a prueba de penas, otorgándole un aire de coqueta caballeriza.

Tras las ventanas parpadean luces de colores, redes de centellas merodean por los callejones dónde el viento talla con pereza las piedras de melancolía y araña las paredes. Se desdobla la noche cubriendo los tejados de terciopelo azul salpicado de lentejuelas, guiñando sus mil ojos de diva incombustible.

Vestido de satén negro, ceñido cómo guante que moldea  los acantilados del cuerpo, largo interrumpido de una raja lateral que hace muralla con la península del pecado, único lugar dónde a la alta costura le hace sombra el cruce de piernas, mientras que una abertura en si bemol deja al desnudo la espalda.

Le sigue un preludio de cítula lastimera, tras el ala de un sombrero masculino de labios generosos, un anónimo músico local con mirada de 12 cuerdas, caldea la habitación.
Sirven el tinto, viña humilde y deliciosa, junto al licor de las cerezas, las luces se atenúan reducidas a lámparas de gas, y en medio del escenario un foco medio apagado redondea la magia dónde Ella, sirena de las tabernas, se deshace en un mar de canciones perdidas.

Sube la fiebre de la sangre, infecta de los microbios del deseo y los amores perros que una fuerza atormenta con curiosidad impaciente de oleadas, cómo la espuma contra las rocas solitarias…

Ojos velados de sombras y copas llenas de libaciones que desatan la condensación de esa fiebre voluptuosa en expresión lúbrica que nace de los espasmos profundos y devastadores acercando la piel a temperaturas imposibles, cómo si quisiera fundirse.

Y al tiempo que el fado se desgarra, un estruendo de lluvia fatalista agota las últimas balas sobre el viejo  faro.

Se escurren las manos, y hasta a las medias se le caen las piernas cuando el vaivén de los  pesqueros  desnudan a la intemperie, abriendo el apetito de la carne femenina, transformando la quimera de la tristeza en eterna noche de bodas.

E impacientes por amarse, a la hora de los pájaros se pierden en las enramadas, los amantes se derraman con la idea profana de encender la gélida ciudad de los cadáveres sin extintores,

se revuelve el alma de emociones criminales al mirarse,

y enturbian la noche las miradas empañadas de tormentas frescas y meteoros candentes
reconociendo en sus pieles, el mejor envoltorio para empezar a desnudar la poesía.

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