martes, 10 de julio de 2012

Contigo, pan y cebolla


y entre más pasan los años,
más me aparto del rebaño, porque no se a dónde va
(cómo el viento de poniente, Marea)


Me golpea con malos agüeros
de cuervo envenenado,
primero me ofrece la manzana
y después prende fuego
a sus palabras
y me las arroja candentes
con arco preciso
dónde más duelen,
me dan,
sus peores insultos
me dan,
sus dañinos puños
me dan.

Vomita su esputo de hiel
en mi almohada,
vacía su fiero aguijón
en mi espalda,
me inflama tirana,
me muerde,
sus 5 cabezas de hidra
me escupen furiosas
me ladran airadas,
de sombras apuesta mi vida
a las peores cloacas,
se juega mi suerte
a un martes y trece,
me escribe elegías,
desastres, lamentos,
le cambia el final a todos mis cuentos,
espera paciente
mi próxima herida,
promete curarme
si caigo en la vida,
me mece en las garras
de dulce guadaña
que tiene escondidas.

Me quiere pequeña,
callada, distinta,
si hierro
fracaso,
si triunfo
es por ella,
maldice mi mente
con crueldad creciente
me dice
y recuerda
lo mala que he sido
porque sus deseos
se han visto fallidos,
y en vez de monedas
le cuento los sueños
en besos y risas,

se siente quebrada
y a mis poesías
les pega patadas
de hostil ignorancia,
prefiere mi molde
de niña educada,
de bata y turbina,
sin fin de semana,
se aferra a la idea
de que mis errores
me golpearan
mañana, más fuerte,
y tensa las cuerdas
dónde la ternura
afila su filo
y aunque hiere,
y aunque sangra
y aunque corta mas que ninguna,
y aunque escuece,
disimula,
porque tiene la ventaja
de que madre
no hay más que una.



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