viernes, 18 de mayo de 2012

El silencio de los corderos

La pasividad es complicidad

Responden con la paz propia del que arde por dentro.
Prefieren sus rastrojos celosos de parasitaria hidra con que invaden mis ventanas de oscuro hermetismo
y a través de su calma se filman indiferentes.
Remiendan su vacío en perímetros de seguridad, dónde las alarmas nunca suenan
no hiperventilan,
no valen,
no me valen.

A mí que se me saltan rápidamente las costuras de los párpados
me hielan con su historial de glaciales,
esos abrazos de congelados que bruñen cómo relucientes trofeos del pasado.
Tienen la sombra tan larga que apenas cabe luz que alumbre sus pasiones,
y siguen,
y ocupan mi cabeza de liendres infectando mis noches de insomnio y desencanto,
su lengua hecha nudo, su ceño hecho nudo, su compañía es castigo.

Cierran con cenas suculentas las puertas y entonces se encierran,
su evasión es postura frente a mi carrera de fondo.

No valoran siquiera las salida de incendios.

Protagonistas de dramas comunes que venden por excepcionales,
cromos de ADN colocados en el centro de la existencia pasiva,
quejicas,
exigiendo al mundo que ócupe la órbita de sus demandas
cuando la única luz que escupen es a través de un 3G,

Errantes conformistas del planeta Mentira,
defensores del mismo verdugo que ha puesto precio a vuestras pieles,
pediréis hospedaje en tierras desconocidas
a las que iréis llegando con el pellejo en mano y el corazón en llaga,
sin más equipaje que la propia desnudez
porque os pesará tanto la culpa que habréis convertido la vida
en una geométrica sucesión de interminables partidas y llegadas a sueldo,

se os recordará COBARDES:

"los incurables gregarios
se indignaron tarde"



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