viernes, 27 de abril de 2012

Elije un desastre y llámame


(Esta es mi humilde opinión sobre la psicología, no apto para depresivos, esquizofrénicos, bipolares, hipocondriacos, obsesivos-compulsivos, agarofóbicos, etc, etc)

Esa pseudo ciencia que pretende paliar el mal de ser humano del mundo.
La santería del siglo XXI maquillada de licenciatura, el milagro capaz de sanar el complejo sistema emocional del hombre actual.
¡Pasen y vean! la salvación a lomos de un soberbio diván a precios increíbles,
elijan que desastre y llamen,
elijan que mesías y recen,
elijan que psicólogo y fracasen.
Equivóquense en su vida, y disecciónenla en sus agendas, en sus familias o en sus esquemas.
Memoricen soluciones y aplíquenlas a su día a día, arréglense la vida con calmantes y pongan en práctica los consejos de gente sin arreglar.
Son las 19.40, bienvenidos al fraude del mundo Occidental:

El gabinete del Dr. Frankestein
(un relato basado en la novela de Chuck Palahniuk, “Superviviente”)

A cada sesión que teníamos me diagnosticaba otro problema que creía que podía tener,
después me daba un libro para que pudiese estudiar sus síntomas.
A la semana siguiente me sabía al dedillo cualquiera que fuese el problema.
Una semana, pirómana.
A la siguiente, problemas de identidad de género.
Me dijo que era exhibicionista y a la semana siguiente no me puse el sujetador para que se me marcaran los pezones.
Me dijo que tenía problemas de atención, así que me dediqué a cambiar de tema.
Era claustrofóbica, le pedí que tuviéramos la charla en el patio.

El libro que me dio se titulaba:
Manual de Diagnóstico y Estadística de las Enfermedades Mentales

Llegó tal punto, que si hubiera tirado el libro al suelo, daba igual por qué página se hubiera abierto;  yo intentaría tener esos síntomas para la semana siguiente.
No nos fue mal con ese sistema. Durante un tiempo yo tenía un guión que me decía cómo tenía que actuar.
No era aburrido, y me dio suficientes problemas de pega para no preocuparme por nada real.

Hicimos el Test de Stanford-Binet para establecer la edad de mi cerebro.
Hicimos el Wechsler.
Hicimos el Inventario Multifase de Personalidad de Minnesota.
El Inventario Clínico Multiaxial de Millon.
El inventario de Depresión de Beck.

Lo supo todo de mí,
excepto la verdad.
Simplemente no quería (yo) que me arreglasen.
Fueran cuales fuesen mis problemas, no quería que me los curasen.

Mis secretitos internos no tenían ganas de ser descubiertos y explicados. Ni con mitos. Ni con mi infancia. Ni con química.
Mi miedo era: ¿Qué me iba a quedar?
No quería resolver ninguna angustia. No quería hablar de mi familia. Expresar mi dolor lo llamaba él. Resolverlo, dejarlo atrás.

El psicólogo me curó 100 síntomas, ninguno real.
Y anunció luego que estaba curada.
Que contento y orgulloso estaba. Me había devuelto a la luz del día completamente limpia.
Estás curada.
Ve en paz.
Levántate y anda.
Álzate.

Son las 20.40.
Tengo un problema menos en el Manual de Estadística de las Enfermedades Mentales,
sólo quedan 4 diagnósticos en el índice que todavía no he padecido.
Y sin embargo creo que van a sobrarme las mismas balas…

1 comentario:

  1. Ciertamente, si no se considera que se tiene ningún tipo de problema psíquico (aunque verdaderamente se tenga) ni se cree que se necesite ayuda o ni siquiera que sirva de algo, la terapia no tendrá ningún efecto.
    Por otro lado, autodiagnosticarse leyendo un libro (el DSM4 o similar) es totalmente absurdo si uno mismo no sabe autoanalizarse ni conoce más en profundidad sobre los diversos tipos de trastornos y sus variaciones; y si es un profesional el que lo hace, no puedes esperar que en un chasquido de dedos pueda darte un diagnóstico como si te conociera de toda la vida. A esto añadir, que NO es el diagnóstico lo único indispensable a la hora de tratar un problema.
    Por supuesto, esto es un artículo de opinión, eso no lo discuto, pero dándote yo mi propia opinión, creo que tu valoración carece bastante de conocimientos sobre psicología y psiquiatría.

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