miércoles, 10 de agosto de 2011

El domador de relojes

Los columpios del parque
han dejado de entender el mañana
como un instrumento de moderación social,
parece imposible que hasta ahora
yo tampoco me lo hubiese planteado,
es como si le hubiesen estirado las manecillas
a los relojes del futuro
y los hubiesen llenado de arena
para no volver a darlos la vuelta,

el tiempo está encallado
entre la yerba y el tabaco liado
que separa el nuevo “nos-“
del viejo y desusado “-otros”
y amenaza con explotar
cada vez que encendido el peta
se dibuja entre nosotros
una pira de tesoros y deseos
que propone un nuevo incendio
dónde coleccionar quemaduras de primer grado.

La vía láctea ha reeducado sus manías
y las estrellas que tiritan
desde que el mundo es mundo,
parpadean y okupan constelaciones vecinas
en una manifestación libertaria
convocada ahí arriba:

Una asamblea astrológica
declara el verano, estación universal
y reduce todo lo demás a esporádico, banal,
irrelevante.

Abajo esto se resume a la permanente resaca
de la fiesta de su cuerpo,
que padezco de manera crónica.

Desde que los días de la semana se suceden en poesías,
y las semanas cuelgan del calendario
de su boca,
el cosmos cabe en un suspiro de 17 metros cuadrados
que se despliega a cada instante
como una página en blanco
para escribir en ella
una historia nueva
dónde el deseo obtiene de la piel
las respuestas en las que el corazón sabe
comunicarse y extenderse.

Dos caladas después,
aparecen esculturas,
y sus abrazos se antojan el verdadero Renacimiento,
que ya hubiese querido Miguel Ángel,

el arte de todo ese siglo
me parece una mentira
para justificar el anhelo de algo perdido,
y con el permiso de tantas y tantas galerías,
los instantes anteriores
se reducen a intentos
comparados con sus manos
cuando me pone en pie las entrañas
y después me desenreda el pelo,

las primeras raíces del arte
hace tiempo que están carcomidas
desde que no creo en más imposibles
capaces de estremecerme
hasta los cimientos de mi propia cultura clásica:
su boca.

Por eso no entiendo más ciencia
que su risa,
más magia que su risa,
más arte que su risa,
más superstición que todo el manantial intravenoso
que le hace latir
y brota garganta a través,
que escupe risa,
que talla risa,

por eso
que no hay ayeres ni mañanas,
que puedan explicar nada

Más allá de estos versos,
no hay ni deudas, ni dudas,
ni nada que no sea inercia,
instinto, certeza
de que hace días, pocos,
pero los suficientes,
haya perdido el miedo,
al espacio,
al tiempo,
a la historia,
y me haya echo un vestido de manecillas
y volantes
pa enseñarle los colmillos
que me has endulzao con besos,
al tonto del destino,

que desde que has hecho todo esto
de desinventar el tiempo
no sé si eres poeta,
marciano,
habitante de otro planeta,
mitad-humano, mitología,
murciélago, arqueología,
antropófago,
liturgia,
energía,
si es que vienes de otra estancia,

no sé si es que serás mago,
pero a veces,
lo juro,
a veces te siento MAGIA

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