viernes, 11 de octubre de 2013

El fantasma de Perla Duster

Lo que más me gusta es cuando vamos en coche. Sobre todo cuando estamos entre el sitio de donde venimos y el sitio adónde vamos. A veces echo de menos dormir en casa, pero es estupendo pensar que nadie sabe exactamente donde estamos. Papá dice que ya hemos estado aquí antes. Ya recuerdo, esa vez atrapé un escorpión enorme con un vaso, lo dejé toda la noche allí y por la mañana el vaso seguía boca abajo pero el escorpión no estaba dentro, no sé como pudo salir, fue un gran misterio, aunque en realidad, me gusta no saber lo que pasó. Quizás es que allí vivía un fantasma y el fantasma levantó el vaso, o tal vez lo hizo el escorpión con su cola venenosa.

Papá dice que la costa Oeste está encantada (papá siempre dice lo mismo) y yo le pregunto que qué clase de encantamiento es ese que hace desaparecer a un escorpión, y me cuenta que seguramente el del fantasma de Perla Duster. Yo no conozco a Perla Duster, pero he oído su historia otra vez.
Perla era una niña rica de nueve años a la que secuestró el hampa por aquí. Le cortaron unos mechones de pelo y se los mandaron a sus padres. Como la familia tenía mucho dinero, pagó el rescate y la policía encontró a Perla tapada solamente con una manta donde los secuestradores dijeron que estaría. Papá dice que no le hicieron nada, pero yo estaría muerta de miedo. Después pillaron a esos tipos intentando huir en un barco que iba a la Baja California. Y cuando les metieron en la cárcel del puerto de Ciudad Lázaro, descubrieron que en la maleta que uno de ellos llevaba había un collar de huesos junto con los zapatos lustrados de la niña y su cabello atado con celofán. Seguramente estaban chiflados.

A mí nadie va a secuestrarme, “todo el mundo sabe quién es mi padre” y “no querrían tener problemas con él”, eso repite cada vez que le pregunto por Perla a él o alguno de sus amigos, los del sombrero negro y el acento raro. Son seis y nunca jamás paran de fumar y  reír. Se ríen muchísimo y fuerte, fuertísimo diría yo,  ríen sin parar hasta que a veces el señor de las llaves sube y los echa afuera y ellos sin parar de reír gritan “¡no perdona! ¡no perdona!”  y bajan las escaleras golpeándose con la barandilla y despiertan a todos los huéspedes. Entonces papá se queda muy quieto, como dormido, y yo espero a que se despierte mientras escucho la radio, los tornados arrasaron ayer gran parte del Arkansas…  La primera vez que lo vi así me asusté mucho, pero luego, cuando despertó  me contó que había estado viajando, como cuando vamos en coche, pero por carreteras nuevas que sólo conocen los mayores que como él, se mueren de risa.
Un día de esos creí ver un fantasma en la esquina de la habitación, pero no creo que fuera Perla. Demasiado grande para ser ella. Yo estaba tumbada en el suelo escuchando la radio, vientos huracanados frente a Point Sur, California…  todavía podía oír las carcajadas de los amigos de papá por la ventana abierta. Fuera llovía y estaba oscuro, una sombra salió del baño y corrió hasta la ventana. Me pareció ver unos zapatos brillantes. La mosquitera se abrió sola, y después de que pasara la sombra se cerró. Yo corrí a esconderme debajo de la mesa del tapete verde. Me quedé acurrucada toda la noche pensando en los hombres que secuestraron a Perla, ¿Seguirían en la cárcel? ¿Se habrían muerto? Y Perla ¿Seguiría viva? ¿cuántos años tendría ahora?


No sé cuanto tiempo pasó. Por lo menos cinco eternidades. Yo pensé que si alguien quisiera secuestrarme, me defendería con un cuchillo. Procuraría darle una puñalada en el ojo. Seguramente Perla no llevaba un cuchillo encima. Yo esperaría a que no estuviese mirando y entonces le clavaría el cuchillo en el ojo y saldría corriendo. No podría atraparme. Definitivamente le diría a papá que desde ahora pensaba llevar siempre encima un cuchillo, mi cuchillo. Cuando despertara claro, entonces seguía dormido. Y yo  ya conozco las normas: il capo non  perdona.


(experimento -1º intento-)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

gules