domingo, 5 de septiembre de 2010

chucu-chucu-chu-piiiii

Duermo deprisa para despertar
antes que las pesadillas
que persiguen mi sueño
desde hace tres años,
vivo desnuda de melancolía parisiense
y me sacudo el blues
tres veces por semana
para empaparme del
pasado romántico de los negros,
chapurreo canciones de Fats Waller
y vuelo a Nueva Orleans
en un DMC DeLorean
con un músico de ojos transparentes,
puro kitsch hispanoamericano,
escribo con las mismas excusas
su nombre y el mío
en tres farolas amarillas,
suena distinto que cuando
empecé a enamorarme,
y lloro por la misma mirada
que decidió que Occidente
cabía en las coordenadas de su ombligo.
Sigo creyendo en los marineros rubios
que se rinden a las sirenas
antes que salvarse,
aunque hace tiempo que
me pican las escamas,
el Mediterráneo sigue siendo
un pedacito de zafiro
que dejé a mis espaldas.
Los espejos siguen reflejando
a Maléfica allá donde vaya,
y me dan el mismo miedo
que hace tres años,
cuando perdí las palabras
en el laberinto de labios cobardes
y besos de cuchillas
que clamaban falsa libertad
en busca de juegos salvajes.
Guardé la memoria
mientras le abrazaba
para mantenerlo en la ignorancia
de las historias de fantasmas,
y como en los fotogramas aislados
de las tinieblas
tengo su recuerdo intermitente,
guiñándome los ojos
a borbotones,
cantando el blues del remero
de cara al Sahara del pecado.
Entre mis pestañas
se reflejan sus manos blancos
adheridas a mi falda,
y entiendo su poesía de lunares
y puertas pintadas con tizas de colores.

Sigue arruinándome el café
para uno,

desgasté el atardecer entre sus dientes
y una radio que sintoniza
al libre albedrío según la tecla
dónde toques,
entonces engulló tres rebanadas de sol
y dijo que
era agridulce…
respiramos, y nos miramos tristes
porque el pianista nos hacía pupa
con su lamento,
no nos lo esperábamos,
... los atardeceres sabían
agridulces.

Cesó el ruido,
y no sé por qué,
nos fuimos sin decir nada.

He olvidado mi vida anterior
con dolor, una y otra vez,
si fumase observaría el pasado
desde una estación de tren antigua
con las piernas cruzadas
y los botines perfectamente atados.
He contemplado demasiadas veces
la misma escena desde fuera,
un corazón azul latiendo enfurecido
por querer enamorarse hasta la locura
y nunca estarlo,
al otro lado, el cuerpo,
el cuerpo negándose a la rendición
del vampiro del tiempo,
con todo ese engranaje de venas y nervios
revestido de rotos y descosidos
maquillado de eyeliner negro
(ante la crisis, las mujeres
nos pintamos de rojo los labios)

El desierto también
puede ser rock & roll,

la comisura de esa luna de ajo,
y sopas de plata para cenar
en cualquier callejón sórdido
que permita a los gatos
afinar los saxos
para hablar de sexo,
de la violencia del sexo,
eléctrico, de-cadente y cabaret
de ligueros ajustados,
del color de las miasmas,
rosa de asesinos
y estrellas de vinilos descatalogados,
fragancia de césped mojado,
deseo de azabache y piel
que se contonea suplicando
la parálisis del olvido
antes de correrse,
sórdida araña demoníaca
que alimenta su rueca
con las pieles del mundo,
ahogando con sus gemidos
el llanto de mil soledades,
que quieren sentirse queridas
violando al amor,
antes que tejer su propio mundo
de telarañas.

Y ahora,
que el ayer no cuenta,
chucu – chucu –chu- piiiiii!!!!
subimos a bailar,
nos dejamos enamorar

que quizá el paraíso existe,
y eso es más que este mar de tejados,
a z u l


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