Zoológico apátrida de espléndidas mandíbulas, su rostro es
un sumario del desierto ácido, bucle cilíndrico de cáñamo y vórtices en las
antípodas del Hotel Chelsea se inaugura la corte de los milagros,
cavó la zanja de su propio epílogo y Maxon-Dixon no está tan
lejos,
amarillea París mientras se aleja crece el destierro
ferroviario entre herbazales y vías electrificadas,
por un momento fue sólo corazón y pulmones pugnando por ver
quién sonaba más hondo, su historia o el deshuesadero de santos que demarcó las
esquinas de una cama cualquiera a las afuera del continente.
Aquel cancerbero compartía onomástica con mi entonces Volvo,
blandía su antena como un látigo, un cuchillo que truncaba el tiempo mientras
salmodiaba canciones que la radio repetía en cada peaje,
la misma cadencia monolítica una y otra vez, el acre del
látex que se consumía.
Yo aprendí balística en los portales de Redtube el día en que los bares se llenaron de forraje y
amanecieron parcos los dipsómanos de sombreros idénticos mientras recitan
Salves en inglés a modo de letra underground,
¡On the road deslucida
a guía turística para modernos viajeros esdrújulos!
la habitación 101 existía más allá de la Franja Aérea descrita en los
fastos de 1984,
¡qué profético el Ángel! América
se hundía estrepitosa en el mar
Y así, desposeída, mas lista para la balacera, vestí
chaqueta metálica en ese sagrario intacto de úlceras marxistas que como al
César amé, con altivez, con voluntad de diosa
y huí de mí, distópica y consonante a través de la
inmensidad homicida como un ritual de cuervos de plumaje omnívoro,
dinamitaron entonces
los moteles del estraperlo,
al alba la lluvia
desnudó su cártel,
despertó de entre la
villanía cuando en los arcenes de las ruinas indígenas donde las tumbas,
la quietud,
como novia sacramental le hizo el amor como una injuria la
soledad de otra ruptura exhumó el nuevo dicciosario de extinciones,
mostrose la eslora de sus llagas, desmedido humedal sin
fondo, preámbulo del armisticio se reveló a la hora del lobo y señaló a los
pragmáticos:
culpables.
Y desorbitó perdido, enamorado en el proemio lisérgico de la
galopada,
vagonetas bífidas rodaron eflúvicas a contravía apostadas en
sus ojos, esos ojos pálidos fogueados por los faros de todos los camioneros que
alabeaban el sueño de la clase hambrienta,
cuatro mil novecientas veintinueve millas de n a d a
errática y crónica como un suspiro de la memoria donde
erigirse ahora el contrapunto de ese abandono,
dime Travis qué puedo hacer por ti, si sólo conozco tu
nombre y qué eres de París,
de París-Texas.
Así...
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