Lo que más me gusta es cuando
vamos en coche. Sobre todo cuando estamos entre el sitio de donde venimos y el
sitio adónde vamos. A veces echo de menos dormir en casa, pero es estupendo
pensar que nadie sabe exactamente donde estamos. Papá dice que ya hemos estado
aquí antes. Ya recuerdo, esa vez atrapé un escorpión enorme con un vaso, lo
dejé toda la noche allí y por la mañana el vaso seguía boca abajo pero el escorpión
no estaba dentro, no sé como pudo salir, fue un gran misterio, aunque en
realidad, me gusta no saber lo que pasó. Quizás es que allí vivía un fantasma y
el fantasma levantó el vaso, o tal vez lo hizo el escorpión con su cola
venenosa.
Papá dice que la costa Oeste está
encantada (papá siempre dice lo mismo) y yo le pregunto que qué clase de
encantamiento es ese que hace desaparecer a un escorpión, y me cuenta que
seguramente el del fantasma de Perla Duster. Yo no conozco a Perla Duster, pero
he oído su historia otra vez.
Perla era una niña rica de nueve años a la que secuestró el hampa por aquí. Le cortaron unos mechones de pelo y se los mandaron a sus padres. Como la familia tenía mucho dinero, pagó el rescate y la policía encontró a Perla tapada solamente con una manta donde los secuestradores dijeron que estaría. Papá dice que no le hicieron nada, pero yo estaría muerta de miedo. Después pillaron a esos tipos intentando huir en un barco que iba ala Baja California.
Y cuando les metieron en la cárcel del puerto de Ciudad Lázaro, descubrieron
que en la maleta que uno de ellos llevaba había un collar de huesos junto con
los zapatos lustrados de la niña y su cabello atado con celofán. Seguramente
estaban chiflados.
Perla era una niña rica de nueve años a la que secuestró el hampa por aquí. Le cortaron unos mechones de pelo y se los mandaron a sus padres. Como la familia tenía mucho dinero, pagó el rescate y la policía encontró a Perla tapada solamente con una manta donde los secuestradores dijeron que estaría. Papá dice que no le hicieron nada, pero yo estaría muerta de miedo. Después pillaron a esos tipos intentando huir en un barco que iba a
A mí nadie va a
secuestrarme, “todo el mundo sabe quién es mi padre” y “no querrían tener
problemas con él”, eso repite cada vez que le pregunto por Perla a él o alguno
de sus amigos, los del sombrero negro y el acento raro. Son seis y nunca jamás
paran de fumar y reír. Se ríen muchísimo y fuerte, fuertísimo diría yo, ríen
sin parar hasta que a veces el señor de las llaves sube y los echa afuera y
ellos sin parar de reír gritan “¡no perdona! ¡no perdona!” y bajan las escaleras golpeándose con la
barandilla y despiertan a todos los huéspedes. Entonces papá se queda muy
quieto, como dormido, y yo espero a que se despierte mientras escucho la radio, los tornados arrasaron ayer gran parte del
Arkansas… La primera vez que lo vi
así me asusté mucho, pero luego, cuando despertó me contó que había estado viajando, como cuando
vamos en coche, pero por carreteras nuevas que sólo conocen los mayores que
como él, se mueren de risa.
Un día de esos creí ver un fantasma
en la esquina de la habitación, pero no creo que fuera Perla. Demasiado grande
para ser ella. Yo estaba tumbada en el suelo escuchando la radio, vientos huracanados frente a Point Sur,
California… todavía podía oír las
carcajadas de los amigos de papá por la ventana abierta. Fuera llovía y estaba
oscuro, una sombra salió del baño y corrió hasta la ventana. Me pareció ver
unos zapatos brillantes. La mosquitera se abrió sola, y después de que pasara
la sombra se cerró. Yo corrí a esconderme debajo de la mesa del tapete verde. Me quedé
acurrucada toda la noche pensando en los hombres que secuestraron a Perla, ¿Seguirían
en la cárcel? ¿Se habrían muerto? Y Perla ¿Seguiría viva? ¿cuántos años tendría
ahora?
No sé cuanto tiempo pasó. Por lo
menos cinco eternidades. Yo pensé que si alguien quisiera secuestrarme, me
defendería con un cuchillo. Procuraría darle una puñalada en el ojo.
Seguramente Perla no llevaba un cuchillo encima. Yo esperaría a que no estuviese
mirando y entonces le clavaría el cuchillo en el ojo y saldría corriendo. No
podría atraparme. Definitivamente le diría a papá que desde ahora pensaba
llevar siempre encima un cuchillo, mi
cuchillo. Cuando despertara claro, entonces seguía dormido. Y yo ya conozco las normas: il capo non perdona.
(experimento -1º intento-)
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