Se le acabaron las páginas a esta libreta diabética, al
mismo tiempo que el otoño incendiario amenaza con arrasar este año caníbal
(que harto de tantos derroteros, sólo admite un si, por victoria)
Cada vez que me despido de un cuaderno, acostumbro a hacer
balance de imaginarios, a éste, sin duda, le sobra la mierda que me han vendido
en tarros de mil, por la que, lo juro, empeñé hasta mis carnes.
Deambulo por los andenes de mi intrahistoria ¿qué me ha
quedado? Si hasta las vías se ríen de mí, oxidadas, podridas, oxidadas, podr…
están tan maltrechas que nada concurre por encima sin descarrilarse en las
curvas.
Ahora que me encuentro en escasos metros del precipicio
generacional, que sólo unos meses me separan de él, y no sé por qué, pero me
aferro ferozmente a blankaótica, la adolescente extravagante y solitaria, tan
dispuesta a redimir sus incoherencias a base de nocturnidad y alevosía. A ratos
aprieto su mano tan fuerte que no llega al rigor a los pómulos, me gusta mantenerla
calada en cada charco, entonces muerta de miedo, me repito entre dientes, que no
me suelte, por favor, que no me suelte nunca. A otros se me escapa y me
decido a dar el gran salto, dejar ya los tratamientos de acné, y empezar a
estar más pendiente de las arrugas que traerá
el paso de las estaciones.
Nada es menos doloroso por natural que sea el cambio…
La marcha forzada de las “hadas” que prometían rastro tras
de sí, cómo han huido todas y cada una de las de entonces, sin dejar pruebas siquiera
de que alguna vez existieran… pero existieron
sí, rieron, comieron y bebieron conmigo hasta rendirse al cansancio, existieron bellas y temporales, efímeras, tan imposibles… y ahora ya no se acuerdan, las
hadas no saben de penas, las hadas no quieren tener ni idea del dolor, de la
herida, se hacen las sordas, a veces me dicen que estoy linda en las fotos, se
resisten a aceptar la caída de mis alas, mis articulaciones rotas, las hadas no
están cuando se las necesita…
Y ya me ahoga la oquedad que deja el eco en mi garganta,
expandiéndose, infiltrándose metastásico cómo un tumor, silente, infectando todas
las caricias de mi inventario con sarnosas ortigas. Cómo me escuece el corazón,
deforme de recibir palos, cubierto de serrín para camuflar tanto olor a pérdida,
primer clasificado en la categoría de pesos pesados en el cuadrilátero de las soledades.
Hace un frío atroz aquí dentro, y me siento desnuda,
completamente desnuda en mitad de este inesperado paso a nivel sin barreras, ni llamadas
a tiempo.
Hacia atrás, las páginas salmón de los periódicos, las latas
de aluminio exhalando sus últimos brillos, bajo el encapotado pasado sobre la
tierra yerma se arrugan anodinas.
De frente, un sol
cegador me nubla la vista, todavía me produce lágrimas, el silbato de una
desconocida mole se aproxima inexorable desde el este, el tiempo para pensar se
decide en esta tierra, pero tienes que elegir ¿dentro o fuera?
Suspiro, va siendo hora de atarse los cordones,
correr,
saltar,
decirle adiós.
Gran titulo y mejor poema!!
ResponderEliminarA la mierda los que malquieran.
A la mierda los recuerdos
que se olvidan sin querer,
pero más los que se quedan
tocando los cojones
como absurda diversión.
Que se mueran los dolores
disfrazados de gangster de los 20.
Que se mueran los que quieran
y, sino,
que nos dejen tranquilos.
Guerrero