Lo poco que teníamos que ver con esas calles de mujeres a las que la saliva le sabía a diez mil pollas
de camioneros solitarios,
nosotros que empezamos admirando la gabardina de Camus y las
resacas de Bukowski que tanto molestaba a los hombres de las levitas,
que no sé si como ellos, pero tampoco teníamos mucho dinero,
y siempre, como las primeras veces, nos
pateamos estas calles con los bolsillos llenos de poemas a medias, cuadros de Magritte, y demás rosarios tan del
gusto de predicadores y mitómanos.
Que sin pretenderlo
entendimos que en el mundo que se expandía, todo rodaba fútilmente hacia
la destrucción del status quo, y cómo no nos gustaba, sembramos de romances los
baños de los bares, porque no éramos los
descarriados de los que hablaban los tabloides sensacionalistas del mundo,
nos querían defenestrados con sus tajos de silbatos con que
recortaron las noches y las pastillas para dormir que nos habíamos prendido de
nuestras plumas,
como gozosas piras a punto de eternidad, aviso, incendiaremos las calles de la moderna Madrid
exhibiendo en los ojos los disparos que tenemos preparados para cuando las
cosas se pongan feas
(y aunque no os guste seguiremos apostando por la belleza
para combatir vuestra pandémica sumisión)
Nuestras lunas no se rendirán al mandato de ningún sol
grotesco que queráis vendernos, desparramado de frío, ansioso de médula, cómo
si no hubiera tenido suficiente con los huesos de un dictador.
Si avivamos las hogueras no fue más que para desintegrar una
historia pretérita que enriqueciera nuestro presente, las nubes de humo son
sólo las desbocadas ideas que zumban con fiereza bajo la tapa de nuestros sesos,
día tras día, día tras día, día tras…
La primavera no es más que el primer animal en fuga de esta
celda de castigo, que empezó por desnudarnos un poco más la piel para tensar
las 16 cuerdas del cuerpo, único perímetro apto para la violencia.
¡Tantas veces me han entrado unas ganas locas de devolveos
las piernas con que las patadas a cambio de la voz de mi sirena! De romper las
estatuas de todos los que les pesa mi yo lo mismo que un documento anónimo para
inmolarme el olvido de encima.
No,
no será vuestro aliento volcánico capaz de apagar tanta sed
dérmica,
ni habrá prisas de selva capaz de desgastar el cuerno de
nuestro rinoceronte,
no habrá ausencia de paz,
ni salvajes tijeras,
ningún toque de queda que haga de nuestro corazón
suburbio
Bravo...sin palabras.
ResponderEliminarUn besazo, guapetona