A Hunter S. Thompson
Martillea el corazón el centro como asaltante noctámbulo se
alejan las manos muertas del padre tras la motosierra
el infierno rebajó sus contornos y quedó hecho un desastre,
la fiesta del rock & roll ha terminado.
Vivíamos la espera de otra metamorfosis a ras del Superbowl
y demás paliativos que restan las mujeres de oficina,
yo, tan mercúrica, me refugié en el látex,
otra posada, mismo interludio.
Añoraría ese vergel cuando despertase con los ojos como
dardos y el regusto a gasoil detenido en las encías,
pero he visto la música que desata las siembras y las
convierte en cuervos,
los dientes crecerme ya afilados en proporciones áureas,
las viejas correrías que el deshielo revela,
removerse la arena sánscrita a las afueras del caleto Rapid
City,
el palimpsesto de huesos húmedos mientras la galaxia de
azufre se desborda,
sé que es posible
quebrarse.
Cuánto más no echaré de menos los muros que demarcaban la
apachería,
el tiro de escaleras los viernes por la noche deteniendo el
tránsito,
mecerse como camiones mercantes entre penumbra y penumbra,
mis puños,
los rituales cíclicos frente a la estampa de Kennedy,
santiguarse mientras
los ángulos
:
Cuando supo lo que
Kick me hacía,
para castigarme, mi
padre regó a mi perro con siete balas y lo arrojó al Misouri
tan sólo tenía una semiautomática,
podía oler cualquier
mentira desde cualquier vórtice,
sabía conmoverme,
tenía una semiautomática magnífica,
me conmovía tanto
¡vaya, era un arma formidable!
Así que de verás deploraré la falta de espacio como única salida
al abandono de Countrynente, con el
cambio de marchas al fondo de los muslos,
Cómo no podía romperme?
Y me iré,
y las canciones y los cantantes que consumíamos románticos, de
dónde?
ahora cubren devaluados los rostros de nuestra historia,
mas no,
no somos tan distantes.
Templadas las venas,
sombras cargadas de ácido torcedero,
amortajados de niebla los rasgos
¡Quién dice dolor es porque no conoce aullido!
y yo quiero ver el rictus de los exangües durmientes,
su voz necrótica,
sé que les oigo,
les leo desde el asiento de atrás del cadáver del tanque,
peyorativo mecánico en defensa propia, hoy no resulta
amenaza,
¡nadie piensa en las líneas como hermosas vitrinas de rifles
hirientes!
nadie escribe los cuentos sin incluir las pajas púberes y
raposeras,
y yo digo ¡sean las matanzas festivos símbolos del amor
caníbal!
pero vuestro amor mostaza acabó con el pequeño Charlie,
y sólo era un niño,
un niño naranja,
y digo, las primeras palabras que me detengan: Él Hombre, la Carretera ,
pero la agresividad obligada os postró al servicio del
hombre una y otra vez,
y yo duermo en un lecho de hoces corintas que siegan los
miedos áridos
por eso repito: el Aullido, las Cumbres, la Asfixia , Dios,
y estiro las sábanas de los hijos que no son mis hijos desde
los pantanos curtidos los cuerpos por la lucha libre escamados terribles
quimeras marismáticas acechan en su abdomen,
le clavo las uñas consciente del fulgor de leyenda que
alcanza la sangre en el arco de su espalda,
siempre esa voz que insiste:
-
Prende la caravana y quémate con Ella,
al amanecer no habrá ya grillos –
y a través de las malas tierras,
rodantes las rocas bailarán de nuevo el himno de las llanuras
asoladas,
baldíos cronopios sedientos de la ordalía,
la misma ordalía que siempre,
primera,
enamorada:
¿Cuánto tiempo hace que le besé por primera vez, y quién
pretendía yo ser?
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