A Verlaine,
del niño Shakespeare
París es un cadáver inválido de toda belleza,
el cuerpo descompuesto de Occidente
devenido a huesos de colores,
la carne de los amantes se marchita
colapsando el alma de voraces gusanos
(y aquí nadie se acuerda de sus padres)
Un sepulcro de turbas crueles
contempla indiferente la agonía del sufrimiento,
¡Los corazones se ahorcan hinchados de frío!
el alma de esta ciudad es un depósito de moratones
…
Si tu confiesas, yo lo hago,
¡Estoy maldito! ¡Tú lo sabes!
¡borracho y loco!
Soy el sonámbulo que arde en el pavimento
sin dirección exacta,
el cazador de desiertos,
la encarnación de las razas antiguas
con que sueñan los poetas,
soy las fauces del Edén abiertas de par en par,
sedientas de beber la muerte de un solo trago,
¡Quisiera devorar todas las almas
bajo el sello de tu nombre!
¡Quisiera salvaros del mañana
indiferente y terrible!
…desahuciar la carcoma del Parnaso de salón
…Incendiar contigo las calles
…
Sé tú mi hada verde y mi copa,
cómo dos buenos niños con derecho
a pasearse en medio del desastre
volvamos a Oriente,
primero y eterno,
aquí son casi ya las 3 de la mañana,
deslunada está la noche parisina,
y allí nadie sabe que escondo sus poemas
entre las piernas
auxilio alma mía,
si estás, renueva tú mi pena,
prémiame con la
felicidad de las bestias,
dí de mi parte,
adiós al mundo.
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